Lo de viajar por España a medias de 150 km/h se acerca a su fin. Por supuesto, más temprano que tarde. La seguridad vial es una prioridad absoluta y está muy por encima de las libertades individuales peligrosas para el resto de los mortales.
Ya se encuentran en funcionamiento los radares de tramo que miden la velocidad media de un vehículo entre dos puntos y a partir de ahí vendrá todo lo demás. Lo primero será un control exhaustivo en las autopistas de peaje, donde a la entrega del ticket para pagar se detectará de forma automática si el vehículo ha circulado a velocidad legal desde el punto de recogida hasta el de pago y se transmitirá la información a la autoridad competente (policial, obviamente), de modo que el vehículo quede denunciado o incluso se proceda a su inmovilización si ello fuera necesario. Ese sistema obligará a los conductores a no superar el límite legal de la vía. Por si a alguien se le ocurre circular muy despacio para luego dar rienda suelta a sus ansias de velocidad y compensar, existirán balizas que detectarán los excesos. Habrá policía en todas las salidas de peajes durante años hasta que ya sea innecesaria su presencia una vez que respetar las normas sea una conducta asumida por todos.
Otra posibilidad que puede venir en unos años es la vigilancia total de todos los desplazamientos del vehículo mendiante el GPS. La DGT tendría conocimiento de la ubicación de cada coche y de la velocidad de su desplazamiento, por lo que con controles automatizados se puede localizar a los que estén superando la velocidad autorizada para cada vía. Ahora mismo ya se controlan todas las pernoctaciones hoteleras de los españoles gracias a las fichas policiales que se rellenan en los hoteles o sea que el Gran Hermano podrá vigilar las conductas peligrosas de los ciudadanos. Si hacemos bien las cosas no tenemos nada que temer y si infringimos la ley ya sabemos lo que nos espera. Puede que parezca una pérdida de libertad pero hay muchas vidas en juego. Los que se matan en la carretera siempre son los demás.
Una solución paralela serían los coches inteligentes apoyados por un sistema de navegación que permita adecuar la conducción en todo momento a la vía por la que se circula, de forma que si escasea el tráfico y no hay riesgos sea posible aumentar la velocidad hasta límites razonables, por ejemplo 160 km/h sin riesgos para el conductor ni para los demás coches. Del mismo modo el coche ajustaría su velocidad a condiciones adversas manteniendo en todo momento la distancia de seguridad y a las condiciones meteorológicas. Los sistemas inteligentes evitarían colisiones por alcance y salidas de la vía o arrollamientos de peatones. Desgraciadamente el incremento de consumo producido por la circulación a velocidades altas no es ecológicamente sostenible.
Lo que está muy claro es que el placer de correr choca con el derecho a vivir.
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